viernes, 26 de agosto de 2011

Emergencia

El movimiento del cuerpo, lo proporcionaba las manos que empujaban el pecho, tratando de hacer circular la sangre al corazón. Solo veía sus ojos, su traje azul marino, y sus palabras que contaban nada.
El piso frio acariciaba la idea de que algo malo se acercaba, no era la huesuda, era su dolor.
Con el pecho apretado logre gritar y respirar nuevamente, lagrimas derramaban y salían sin parar, la mandíbula ya dolía de tanto apretar. Los dientes rechinaban y se hacían polvo. No hay dolor tan inmenso que sentir como poco a poco el corazón deja de latir, como el tiempo deja de seguir.
Con las venas extendidas en finos tubos plásticos, que llenaban mi cuerpo de drogas y morfinas, hacían que aquel monstro debajo de la cama y dentro del closet fueran uno solo, que se tornaran humanos, que fuera yo. Es que tenía miedo, miedo de mí, era la niña y su fantasma.
La noche pasaba tan lenta, el ruido de lo que suponía era lo que recordaba que mi vida seguía, no dejaba de preocuparme. Solo deseaba que fuera el día, y que mantuviera el día, que vinieran los movimientos a sacarme de este infierno. Solo deseaba bailar.
En esta vida, no fui hecha para extrañar, y las nostalgias, no deseo sentir. Aquel viejo corazón que no puede palpitar solo, desea descansar.

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